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GRIMALDO

Es de día en el basurero. Un avión cruza el cielo, con sus luces simuladas con estampitas rojas y amarillas. Una mano guía el avión y lo hace descender sobre la tierra. Un perro se lo roba y se escapa corriendo, mientras Dalila le grita -Espérate Barrabás-.

El perro huye con el avión y Dalila se rinde, jamás podrá alcanzarlo. Juega a que ahora ella es el avión, espantando a las moscas que se le suben a la cabeza. Una rata cruza su camino, Dalila toma un palo, que agita como una espada, y la sigue, hasta que la rata se esconde con sus crías. Ella saca un bolillo duro de su morral, y les tira unas migajas a los roedores.

Cerca de ahí tres niños juega

n con un balón de fútbol ponchado. Como ya no vota se aburren y con un encendedor que uno de ellos le robó a su papá queman el balón, lanzándose la bola en llamas. Cuando se apaga van a ver qué hace Dalila. Ella trata de ocultar a las ratas con una cajita de cartón pero los niños, la hacen a un lado y ven a los animales.

Un niño dice: Mira tiene hijitos, mátalos, mátalos.

Y Dalila: ¡No!

Otro niño: Te van a morder cuando crezcan tonta, hay que matarlos.

El primer niño la empuja: Quítate, nosotros lo hacemos.

Pero ella no se quita: Déjalos, por favor, ellos no te han hecho nada.

El último niño, gordito y moreno la amenaza: Cállate ya o te pegamos a ti también.

El segundo niño dice: Vamos a quemarlos también.

Como no puede hacer nada, Dalila se va corriendo, mientras los niños se quedan en la guarida de las ratas.

De noche sigue pensando en la rata y sus hijitos. Se siente triste y no quiere jugar. Tiene mucha hambre, pero tampoco hay qué cenar. Barrabás le deja su avión todo mordisqueado y lleno de saliva en el piso y luego se acomoda junto a ella.

La mañana siguiente, ya más repuesta, Dalila toma la carretilla de su papá y seguida por el perro va reuniendo cajas de cartón, un par de cubetas, un garrafón roto, un trapeador, y una sudadera. Silba una canción que su papá le canta a su mamá todo el tiempo, Dalila no está segura, pero cree que es la canción con la que se conocieron en un baile.

Al llegar a su casa con todos sus nuevos tesoros, acomoda las cajas de cartón, el garrafón roto y dos botes de basura como si fueran un niño. Luego le pinta una carita con un sobrecito de salsa que tenía guardado. El niño de Chatarra gira la cabeza y los dos sonríen.

El nuevo amigo de Dalila se llama Grimaldo, y juntos juegan a la pelota, a las carreritas y a las escondidas, y aunque Grimaldo se ve torpe al caminar siempre gana. Ese día, mientras se esconden, encuentran una bolsa negra llena de cohetes. Empiezan a sacar de la bolsa uno a uno, los prenden y se pasan el día disfrutando ver cómo explotan. A Barrabás, no le gustó el alboroto, así que huyó asustado. El ruido también llamó la atención de los niños que habían molestado a Dalila antes.

Cansados, la niña y su amigo guardan la bolsa y ponen encima cajas y botellas.

Van de regreso a casa de Dalila cuando a se le ocurre una gran idea: Sabes qué sería bien padre, despertar mañana a todos en mi casa con los cohetes. Si quieres adelántate, yo voy a buscar unas palomillas para espantar a mi mamá.

Grimaldo, que no hablaba, le dice que sí con un gesto. A medio camino, Dalila se da cuenta que los niños se están peleando por cuál de ellos se llevará la bolsa a su casa.

El primer niño: Suéltala brutote, es mía.

Pero el otro: Te voy a romper la cara si no la sueltas, marrano.

Enfurecida, Dalila les grita: ¡Qué hacen, eso es de nosotros!

Y el primer niño responde: Tú y tu amigo monstruo ya no los necesitan, nosotros lo encontramos.

Y el otro: Pero yo me los llevo.

Y vuelven a pelearse: ¡Cállate tonto!

Dalila les dice: Los voy a acusar.

Y le responden juntos: ¿Con quién? ¿Con el monstruo?

Dalila se ofende: No es un monstruo, es mi amigo.

Y el primer niño: Pues a ver qué dice tu amigo cuando ya no encuentre los cohetes mañana.

Y ella: ¡Estás loco!

Y él: Sí, mucho.

Entonces toma el encendedor y tira un cuete grandote que arroja chispas de colores adentro de la bolsa, y luego la arroja entre ellos y Dalila. A lo lejos Grimaldo escucha el estallido y regresa corriendo.

Un enorme incendio se levanta entre las montañas de basura, y Grimaldo busca entre las llamas y la basura a su amiga.

Desesperado, va de un lado a otro entre el humo hasta que la encuentra, con la cara muy roja y un pedazo de cabello quemado, pero viva. Como puede la saca del incendio, y Barrabás llega a ayudarlo jalando a la niña hacia su casa. Grimaldo regresa por los niños, estaban todos chamuscados y apenas respiraban. Al dejar al último niño a salvo, el fuego comienza a escalar por su cuerpo de cartón y cubetas y garrafón, y aunque se esfuerza en llegar a casa de Dalila, se va derritiendo en el camino.

Los bomberos nunca llegaron para hacerse cargo del fuego, que consumía todo a su paso y no se detuvo, obligando a la gente del barrio a huir con lo que tenían. Ya para entonces, Grimaldo era historia.

Adolorida y muy confundida, Dalila despierta en un pedazo de cartón, en un lugar que no conoce y con el brazo enyesado además de tener parte de la cabeza y la cara vendadas. Se levanta con dificultad y saluda al Barrabás, que le lame la mano sin mucha emoción. Dalila deja caer una lágrima y escucha que alguien se acerca. Barrabás se levanta y ladra, moviendo la cola impaciente.

Grimaldo hecho de ceniza le sonríe a su amiga y con una seña la invita a jugar.


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